por Jan Contreras
Cuando era muy pequeña o tiempo para sentarse conmigo a contarme una historia.
Con el paso del tiempo el libro fue maltratándose: Las pastas habían sido arrancadas y muchas de las ilustraciones en blanco y negro tenían garabatos encima hechos por mi. Para cuando aprendí a leer el libro ya estaba perdido por ahí y ni siquiera recordaba su existencia. No fue sino hasta unos años después que volví a encontrarlo y me senté a leerlo por primera vez. Pero aún sin darle importancia al viejo libro y volviendo a extraviarlo, creo que para siempre.
Siempre me pregunté cuándo es que había nacido mi amor por las historias siendo que en casa a nadie le gustaba leer. No fue sino hasta el momento en que encontré unos vídeos de mi infancia y los miré en la televisión que logré entender todo:
En la pantalla aparecía mi hermana siendo apenas una bebé ya que el vídeo trataba sobre ella, al fondo se encontraban una niña y su abuela sentadas en unas sillas. La mujer mayor tenía un libro maltratado en sus manos y leía en voz alta a la pequeña que prestaba atención casi como si estuviera hipnotizada. La voz de otra mujer comenzaba a llamar a la niña mayor mientras la cámara la enfocaba, pero ella seguía sin desviar su atención, pues se encontraba envuelta en un mundo maravilloso.
Mientras crecía me di cuenta que mi cuento de hadas favorito era Cenicienta, pero no la versión de Disney como por tantos años había creído, sino la de los hermanos Grimm que siempre había estado presente en mi memoria. Sabía que era por el libro que había tenido de pequeña, ese al que no le había dado la suficiente importancia en su momento y el que ahora me daba cuenta me había vuelto una ficcioadicta desde el momento en que había llegado a casa.